En lo que se refiere a las artes creativas, no existe razón para creer que tuvieran que desaparecer sino solamente de que cambiarían en su carácter e importancia social relativa.
La eliminación de la guerra con el tiempo le quitaría su principal fuerza pero necesariamente pasaría algún tiempo antes que esa incidencia se hiciera sentir. Durante la transición y quizás durante una generación posterior, temas del conflicto socio-moral inspirados por el sistema de guerra se transferirían en forma creciente al idioma de la sensibilidad puramente personal.
Al mismo tiempo, se tendría que desarrollar una nueva estética. Sea cual sea su nombre, forma o lógica, su función sería la de expresar en el lenguaje apropiado para el nuevo período la alguna vez desacreditada filosofía de que el arte existe por sí mismo.
Esta estética rechazaría inequívocamente el requerimiento clásico del conflicto paramilitar como contenido sustantivo de todo gran arte. El efecto eventual del arte de la filosofía de la paz mundial sería el de la democratización extrema, en el sentido de que una subjetividad generalmente reconocida de los standards artísticos equilibraría sus nuevos «valores» libres de contenido.
Lo que puede esperarse que ocurra es que al arte se le reasignaría el rol que alguna vez desempeñó en una par de sistemas sociales primitivos orientados hacia la paz.
Esta era una función puramente decorativa, de entretenimiento o juego, enteramente libre del peso de expresión de valores socio-morales y conflictos de una sociedad orientada hacia la guerra. Resulta interesante observar que el trabajo correspondiente a una estética libre de valores de esta naturaleza ya se está realizando hoy en los crecientes experimentos artísticos que carecen de contenido, posiblemente anticipando así la venida de un mundo sin conflictos
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